Queimada

La llamada ‘queimada’ no tiene ningún misterio. Como el aguardiente tiene alcohol, arde. También desinfecta, naturalmente, y si se toma en exceso, termina uno como un trapo, andando a gatas.

Al aguardiente lo ayuda a arder el azúcar que se le echa, según pueden ver en la receta correspondiente, acompañando a los postres. Pero esto del azúcar se le echa desde que lo hay, porque ni los gallegos, ni Europa entera, teníamos caña de azúcar, y el de remolacha (que algunos llaman beterraba como en francés) viene de cuando Cuba se separó de España.

Lo clásico, y muy gallego con un montón de sabores, es la miel. Pero los ‘especialistas’ en queimadas no la usan a menudo. Sin embargo, es una queimada diferente y deliciosa. Además, cuando se sirve en la taza de barro para beberla, debe seguir ardiendo en ella un poquito.

¿Y qué decir de la queimada con café?. Como se hace por ahí adelante, hablemos de ella.

Galicia no es famosa por sus cafetales. No hay ninguno.

Sin embargo, la queimada con café puede considerarse gallega (y específicamente ourensana) desde finales de la década de los años treinta del siglo pasado.

Aunque la mayor parte de los españoles de hoy no habían nacido, o eran entonces muy jovencitos, como el tema es aún una constante en las campañas electorales (incluyendo las de ‘misses’) todos saben que hubo en España una guerra civil. Pues bien, ese es el origen de la queimada con café, inventada por los gallegos en los frentes de la citada guerra.

Era noche cerrada. Hacía mucho frío. Había café de pota, azúcar en un estante y, desde luego, abundante aguardiente.

Además de calentarse, los nostálgicos gallegos querían recordar su tierra y, de pronto, un combatiente ourensano habló del licor café que hacían en su casa. Desde ese recuerdo, a mezclar el café de pota con el aguardiente, el azúcar y prenderle fuego fue dar un paso fácil.

Y no hubo otra cosa: ni mondas de limón, ni de naranjas, ni conjuros, ni nada de nada. Pero se sirvió ardiendo.

En Galicia los más viejos no conocían semejante cosa, pero la receta se extendió enseguida. Lo de los conjuros para divertir a la gente (que los más espabilados inventan mientras oxigenan la mezcla), lo de los granos de café, y esto y lo otro, vino después.

Reconozco que decir que la idea partió de un ourensano es producto de mi imaginación. Pero me justifico porque en Ourense se hizo y hace, a nivel casero, el mejor licor café del mundo entero.

¿A quién se le iba a ocurrir entonces?.

© OLAF – 10 de diciembre de 2002

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