Trucha
Cuando en el verano el cielo se cubre de nubes plomizas que anuncian una turbonada, antes de llover las truchas se vuelven locas, y el cañista no lanza lejos los señuelos que utilice, porque los voraces peces muerden el anzuelo en la misma orilla en que él se encuentra. Entonces es cuando uno tiene que acordarse de la ley que fija el número de truchas que se pueden llevar al cesto. Pasar por uno de esos momentos de contener el ansia de sentir una y otra vez el tirón estremecedor de la picada, hace a uno más hombre o más mujer. Se suda.
La trucha, o Salmo trutta, es el pez por excelencia de la Galicia interior, distinguiéndose de los otroS por su esbeltez y la pequeña aleta dorsal, oscura, que tiene al lado de la cola.
También tenemos, desde fines del siglo diecinueve, la trucha arcoiris que fue importada de América y que se aclimató muy bien entre nosotros. Hoy no se podría hacer esta importación por causa del sacrosanto respeto ambientalista, que no ecologista. Lo cierto es que esta trucha vive en aguas más tranquilas que la común (lagos, por ejemplo) y, cuando puede va hacia el mar porque también le gustan las aguas un poco saladas.
Se limpia la trucha para freírla con unto, pero dejándole su fuerte cabeza que, bien pasada, se come crujiendo en la boca.
Acostumbrados a la carne, a los gallegos del interior, con los que usted puede encontrarse si va por cualquiera de los Caminos de Santiago que puede ver aquí mismo, les gusta mucho el pescado. He ahí por qué la trucha tiene un montón de fiestas y festejos en toda Galicia, aunque el gobierno no deja pescarlas en el río por eso del límite de capturas, que no tiene nada que ver con la salud porque nadie, que yo sepa, murió de un hartazgo de truchas. Por consiguiente, las truchas de la fiesta son de piscifactoría.
Quizá, el unto, grasa animal, es menos aconsejable, hablando dietéticamente, que el aceite de oliva por eso de los ácidos grasos saturados.
Pero por un día al año…
© OLAF – 10 de diciembre de 2002